Lo cierto es que, aunque te he hablado de los muchos beneficios que la meditación tiene para nuestro cuerpo y nuestra mente, no te he explicado cómo meditar.
¿Te pusiste en posición de loto en algún momento en el que quisiste aprender a meditar?
Y, ¿qué tal llevas esa sensación de hormigueo en las piernas?
Vamos a entrar en detalle hoy para que puedas seguir meditando de manera cómoda y agradable y puedas obtener beneficios máximos a esta nueva práctica que puedes incorporar fácilmente a tu rutina.
Empezamos:
Dónde meditar
El lugar no importa.
Puedes subirte al terrado, bajar al sótano, sentarte en un parque o encerrarte en una habitación.
Lo que sí que importa son las interrupciones y las distracciones.
Intenta disminuir ambas, por lo menos al principio, cuando estés empezando a construir tu práctica diaria de meditación.
Cuando lleves un tiempo meditando ya no te molestarán tanto, he incluso las podrás integrar en tu meditación.
Pero de momento hazte las cosas fáciles.
Si tienes a los chicos en casa y sabes que te van a interrumpir la meditación, déjalo para cuando duerman.
Si esperas una llamada, o no medites, o pon el silenciador en tu móvil.
Pero, si gestionas bien las distracciones, puedes meditar prácticamente en cualquier lugar: en la playa, en el campo, en el transporte público, en casa, en la oficina…
Donde tú te sientas más tranquil@ y cómod@.
cuándo meditar
De nuevo, depende de ti y de tus circunstancias, pero ten presente que meditar es uno de los hábitos más difíciles de mantener.
¡Qué fácil que es decir hoy no tengo tiempo!
Y ese hoy, se convierte en mañana…
Y ese mañana en pasado mañana…
Y así sucesivamente hasta que acabas por perder el hábito.
Por eso, te recomiendo que conviertas tu meditación en un ritual.
Si prefieres los rituales matutinos, incorpora la meditación a ese proceso, e intenta atenerte a ellos cada día. Meditar es como cepillarse los dientes, mejor con frecuencia que mucho rato un solo día.
¡Verás cómo el día que te lo saltes, vas a echar esos rituales de menos!
Si eres de noche, medita antes de ir a la cama. O cuando estés en la cama. Tú decides.
Lo importante es que la meditación pase a formar parte de tu rutina y de tus rituales diarios.
Durante cuánto tiempo debo meditar
La duración de tu práctica meditativa depende de ti, pero tal y como nos dice el maestro Zen Tenkei Roshi:
“Meditar es como cepillarse los dientes.
Mejor todos los días un poquito que mucho, uno”.
Si te resulta difícil inicialmente, limita tu práctica a cinco o diez minutos.
Piensa que, para que se forme un hábito, necesitas un mínimo de treinta días. Paso ese mes, te resultará mucho más fácil atenerte a tu nuevo ritual.
Entonces, puedes ir incrementando la duración de tu meditación.
¿Y qué sucede el día que por el motivo que sea crees que no vas a poder meditar?
Medita igual.
Medita menos.
Pero, medita.
Es muy fácil perder cualquier hábito y sería una lástima que lo perdieses por cuestión de tiempo ¡o de pereza!
La posición ideal para meditar
Es difícil definir en qué consiste la posición ideal para meditar.
Seguramente asociarás la meditación con la posición de loto (o con las piernas cruzadas), aunque no tienes por qué limitarte a esta postura.
De hecho, yo te diría que meditases cómo tú te encuentres más cómodo, siempre y cuando intentes mantener la espalda erguida.
Sí, piensa que alguien está estirando un cable del extremo de tu cabeza.
¿Por qué?
Porque esta posición te mantiene alerta y enfocado en tu cuerpo y en tu presente.
Inicialmente, te resultará difícil.
Seguramente, si lo has probado, habrás notado que mantener el cuerpo en una posición durante más de diez minutos no es fácil.
Pero, irás mejorando con el tiempo y la práctica.
Así que, no desistas.
Si es necesario, puedes utilizar cojines de meditación (zafú) que te ayudarán a levantar la cadera y mantener tu espalda erguida más fácilmente.
Si aun así no encuentras la posición adecuada, prueba un banco para la meditación (una pequeña banqueta plegable ligeramente inclinada) o una silla (o bien ergonómica o bien normal).
Si optas por una silla, intenta no apoyarte en el respaldo y mantén las plantas de los pies en el suelo sin levantarlas.
¿Y qué haces con las manos?
Colocas la izquierda encima de la derecha con los pulgares conectados, reposando sobre el regazo o las piernas. O simplemente deja que las manos descansen sobre tus piernas o sobre tu regazo.
¿Y tus ojos?
Puedes cerrarlos por completo o mantenerlos ligeramente entreabiertos reposando tu vista sobre el suelo a un metro de distancia.
Prueba la opción que te resulte más agradable.
Relaja los hombros…
Yergue la cabeza ligeramente mirando hacia abajo, y empieza a centrarte en tu respiración…